Cuando amas a alguien que sufre de la enfermedad de la adicción esperas la llamada telefónica.
Habrá una llamada telefónica.
La esperanza sincera es que la llamada será del adicto mismo, para decirte que ya ha sido suficiente, que está listo para detenerse, listo para intentar algo nuevo. Sin embargo, y por supuesto, temes la otra llamada, el triste timbrazo nocturno de un amigo o familiar para decirte que es demasiado tarde, que ella se ha ido.
De manera frustrante no es un llamada que puedas tu hacer, debe ser recibida. Es imposible intervenir. He conocido a Amy Winehouse por años. Cuando la ví por primera vez por Camden ella era sólo una chica tonta en una chaqueta de satín rosa paseándose por los bares con amigos mutuos, la mayoría de los cuales estaban en bandas indie cool o eran desempleados que van por la vida con impotente carisma. Carl Barrat me dijo que "Winehouse" (que era como yo usualmente la llamaba y me gustaba porque es divertido llamar a una chica por su apellido) era una cantante de jazz, lo que me pareció bizarramente anómalo entre aquella multitud. Para mi, con mi limitado conocimiento musical, saber esto puso a Amy más allá de un límite invisible de relevancia; "Cantante de jazz? Debe ser algo excéntrica", pensé. Charlé con ella sin embargo. Ella era, después de todo, una chica, y era dulce y peculiar pero sobre todo vulnerable.
Yo mismo estaba en aquel entonces apenas saliendo de rehabilitación y con ansias buscaba mujeres menos complicadas así que apenas si reflexioné en el ahora muy evidente hecho de que Winehouse y yo compartíamos una aflicción, la enfermedad de la adicción. Todos los adictos, sin importar la sustancia o su estatus social, comparten un síntoma consistente y obvio: realmente no están ahí cuando hablas con ellos. Se comunican contigo a través de un velo ligeramente distinguible pero que no se puede ignorar. Así sea un vagabundo desposeído que te pide unas monedas para comprar una taza de té o un ejecutivo vestido a rayas presumiendo sonoramente su nueva lancha de carreras, existe una aura tóxica que previene que exista una conexión. Tienen ese aire estár en cualquier otra parte, que están viendo a través de tí hacia otro lado en el que quisieran estar. Y por supuesto lo están. La prioridad de cualquier adicto es anestesiar el dolor de vivir para borrar el paso de los días con un poco de alivio comprado.
De vez en cuando me encontraba con Amy. Ella tenía buenos chistes, podíamos charlar un poco y reir. Ella era un "personaje" pero ese mundo estaba plagado de oportunistas drogados.
Entonces ella se volvio tremendamente famosa y me complació ver que era reconocida pero más que nada me desconcertó porque yo no había experimentado su trabajo y estos no eran los años 50's, me pregunté cómo era posible que una "cantante de jazz" hubiera conseguido tal prominencia cultural. No era lo suficientemente curioso como para hacer algo tan extremo como escuchar su música o ir a uno de sus conciertos. Yo mismo me estaba volviendo famoso en ese tiempo y era una experiencia totalmente consumidora. Fue por casualidad que fuí a una presentación de Paul Weller en el
Roundhouse y ahí la ví a ella cantando en vivo.
Llegué tarde y mientras me abría camino hacia la audiencia entre vasos y sonrisas de plástico escuché la maravillosa resonancia de la voz de una mujer. Al entrar ví a Amy en el escenario con Weller y su banda, y entonces admiré. La admiración que a uno lo envuelve cuando se está atestiguando a un genio. De su presencia extrañamente delicada emanaba esa voz, una voz que parecía no salir de ella sino de algún lugar más allá de Billie y Ella, de la fuente de la grandeza. Una voz que estaba llena con tal poder y dolor que era al mismo tiempo completamente humana pero enlazada con lo divino. Mis oidos, mi boca, mi corazón y mi mente instantáneamente se abrieron. Winehouse. Winehouse? Winehouse! Aquella bobalicona que era todo delineador y cerveza difuminando a Chalk Farm Road debajo de aquel gran peinado, aquellos labios que yo sólo había visto sujetando un cigarrillo y maldiciendo eran ahora un portal hacia este sonido santo. Ahora me daba cuenta. Ella no era sólo una desesperada wannabe, sólo otra molesta mosca que nunca iba a "hacerla" en la vida, ni tampoco era incluso una cantantilla que disfrutaba sus quince minutos de éxito. Ella era un maldito genio.
Siendo el tonto superficial que soy ahora la veía en una luz diferente, la luz que bajaba del cielo cuando ella cantaba. Eso la hacía resplandecer ahora y comenzó una nueva fase en nuestra amistad. Siendo el tonto superficial que soy ahora la veía en una luz diferente, la luz que bajaba del cielo cuando ella cantaba. Eso la hacía resplandecer ahora y comenzó una nueva fase en nuestra amistad. Ella fue a algunos de mis shows en radio y TV, aún nos encontrábamos por ahí pero ahora le ponía atención con un poco más de interés. En público, sin embargo, cada vez se definió más a Amy por su adicción. Nuestros medios están más interesados en la tragedia que en el talento, así que los ríos de tinta cambiaron de cauce, de alabar su don a relatar su caída:
las relaciones personales destructivas, las zapatillas de ballet bañadas en sangre, los shows cancelados. En la percepción pública este chismorreo efímero reemplazó a su talento sin tiempo. Esto y su comportamiento en nuestros encuentros ocasionales me hizo darme cuenta de la gravedad de su condición. La adicción es una enfermedad muy seria; va a terminar en la cárcel, en una institución mental o en la muerte. Yo tenía 27 años cuando a través de la amistad y ayuda de Chip Somers, del centro de tratamiento Focus 12, encontré mi recuperación. A través de Focus fui introducido al grupos de apoyo para alcohólicos y drogadictos que son muy fáciles de encontrar y están abiertos a cualquiera que tenga el deseo de dejar de beber y sin los cuales yo no estaría vivo.
Ahora Amy Winehouse está muerta, como muchos otros a cuyas innecesarias muertes se les ha dado en retrospectiva un tono romántico, a la edad de 27 años. Si esta tragedia era prevenible o no ya es irrelevante. Hoy ya no es prevenible. Hemos perdido ante esta enfermedad a una hermosa y talentosa mujer. No todos los adictos tiene el increíble talento de Amy, o el de Kurt, o el de Jimi, o el de Janis. Algunas personas sólo sufren esta enfermedad. Todo lo que podemos hacer es la forma en que vemos a esta condición, no como un crimen o un sufrimiento romántico sino como a una enfermedad que mata. Tenemos que revisar la forma en que la sociedad trata a los adictos, no como criminales sino como personas enfermas que necesitan ayuda. Necesitamos poner atención a la forma en que nuestro gobierno otorga fondos para la rehabilitación. Es menos costoso rehabilitar a un adicto que enviarlo a prisión, así que la penalización ni siquiera tiene sentido en el aspecto económico. No todos conocemos a alguien con el increíble talento que Amy tuvo pero todos conocemos a borrachos y drogados y ellos necesitan ayuda, y la ayuda está ahí. Todo lo que tienen que hacer es levantar el teléfono y hacer la llamada. O no hacerla.
De cualquier forma... habrá una llamada telefónica.
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