Sí, más pérdidas, pero...

Dedicado a quien he perdido; a quien ofrezco mi lucha diaria, que tal vez me permita recuperarle.



Hoy termina el año. Me ha tomado todo el 2011 decidirme a escribir esta entrada. Fue a finales del año pasado cuando pensé en el tema y tuve una idea de lo que quería decir aquí, pero no estaba listo para hacerlo. Ahora lo sé.

Fue en Febrero de 2010 cuando escribí un post que me ayudó a desahogar mis sentimientos en un momento de mi vida en el que me encontré a mi mismo de cara a las que en aquel entonces eran mis pérdidas, acumuladas durante más de 4 años de lidear con salud frágil y capacidades físicas limitadas, por decir lo menos.

Lo llamé "No más pérdidas", y fue honesto y emotivo.

Pero también fue ingenuo.

Declararme indispuesto a seguir perdiendo cosas y personas en mi vida fue algo que emergió de mi corazón, y tal vez fue un acto simbólico de rebeldía frente la tragedia que nos representa todos la vida en ocasiones. Fue una manera de querer pintar la raya y negarme a ceder un centímetro más de terreno ante la adversidad y el dolor.

Cuando terminó aquel año, hoy hace 12 meses, había perdido mucho más aún. Perdimos a mi tia Tayde, casi perdemos a mi madre, yo mismo enfrenté complicaciones graves de las que aún no me recupero totalmente. Gente importante para mí ha seguido sus vidas, sin mi en ellas. Me dí cuenta que no tenía idea cuando escribí aquello de cuán profundo se puede caer, la verdadera dimensión de lo puede perderse. 

Me dí cuenta de que cuando piensas que has tocado fondo es posible caer aún más.

Pero en 2011, desde el mismo primer día del año, ví la otra cara de la moneda: aquello que nos ofrece la vida, mientras aún estamos en ella, para ser ganado; aquello que un día perdimos y que puede ser recuperado.

Es así que he encontrado cosas nuevas y he recuperado otras. Me inscribí y estudio en el Sistema de Educación Superior Abierto y a Distancia, inicié un modesto proyecto de negocios en internet con uno de mis hermanos, que de alguna manera ha contribuido a cubrir necesidades familiares en estos tiempos difíciles, he conocido personas valiosas con las que comparto la vida diaria y que me ayudan a seguir adelante. He vuelto a ver a mi mejor amigo con regularidad, me he acercado un poco más a su familia. Me he propuesto, y quiero creer que ha sido un esfuerzo fructífero, proporcionar a mi madre la mejor calidad de vida posible; convertirme en el mejor apoyo emocional para ella que puedo ser durante su larga convalescencia. 

Tener pérdidas es inexorable. Después de todo la gran pérdida final que ineludiblemente sufriremos será la de la vida misma. No puedo permitir que mi vida, la que me queda, sea definida por lo que he perdido. Hacer eso es seguir el camino de la derrota, que sólo puede llevar a la infelicidad. 

No deseo seguir ese camino.

Así es este mundo. Todos estamos destinados a perder lo que tenemos. Para aquellos que hemos sido bendecidos por haber recibido a manos llenas, cuando llega este momento, es particularmente difícil. Pero igualmente todos estamos preparados para ganar y para recuperar.

Sé que yo lo estoy, lo he hecho, lo estoy haciendo. 

Y seguiré haciéndolo mientras tenga vida.




Leonard Cohen.- Dance Me To The End Of Love




Baila conmigo al ritmo de tu belleza con un ardiente violín.
Baila conmigo a través del miedo hasta que pueda estar a salvo.
Levántame como una rama de olivo y sé la paloma que me devuelva a casa.
Baila conmigo hasta el fin del amor.
Baila conmigo hasta el fin del amor.

"La buena y corta vida"


La buena y corta vida. 
Por Dudley Clendinen 
Publicado: New York Times, 9 de Julio de 2011


Tengo amigos maravillosos. En el último año, uno de ellos me llevó a Estambúl. Otro me dió una caja de chocolates hechos a mano. Quince de ellos organizaron conmovedores ceremonias para recordarme por adelantado. Varios me escribieron enormes cheques. Dos me enviaron una colección de las sagradas cantatas de Bach. Y uno, de Texas, puso su mano en mi adelgazado hombro y pareció estudiar el suelo sobre el que estábamos parados. El vino por avión para verme. 

"Tenemos que comprarte una pistola, ¿cierto?" preguntó calladamente. Quiso decir una pistola para que yo la use contra mí mismo.

"Sí, dulzura", le dije, con una sonrisa. "Tenemos que".

Lo amé por eso.

Los amo a todos. Tengo una gran suerte con mi familia y amigos, y con mi hija, mi trabajo y mi vida. Pero tengo esclerosis lateral amiotrófica, o E.L.A., mejor conocida como la enfermedad de Lou Gehrig, por el gran bateador de los Yankees y primera base a quien se le dijo que la tenía en 1939, aceptó el veredicto con legendaria gracia, y murió menos de dos años después. El tenía casi 38 años.

A veces la llamo Lou, en su honor, y también porque lo que nos es familiar resulta menos amenazante. Pero no es una enfermedad amable. Los nervios y los músculos se contraen y tiemblan, y progresivamente se mueren. Desde afuera, se mira como el brincoteo de teclas de piano en los músculos debajo de mi piel. Desde adentro  se siente como ansiosas mariposas, intentando salir. Empieza en manos y pies, sube y entra, o baja y sale.  A la segunda forma se le llama bulbar, y esa es la que yo tengo. No vivimos tanto tiempo porque muy pronto afecta nuestra capacidad de respirar, y sólo empeora.

En este momento, para tener 66 años, me veo bastante bien. He perdido 20 libras. Mi cara luce más delgada. Incluso a veces recibo miradas que me dicen "Hey, hola muchachón", lo cual me agrada. Pienso en ello como mi fase cosmética. Pero es difícil sonreir y masticar. Me falta el aliento, me ahogo frecuentemente. Sueno como un borracho balbuceante . Siendo un alcohólico en recuperación eso es bastante irritante.

No hay tratamiento significativo alguno. No hay cura. Existe un medicamento, Rilutek, que podría hacer una diferencia de algunos meses. El tratamiento cuesta más o menos catorce mil dólares anuales. No me parece que lo valga. Si dejo que esto siga su curso completo, con todo el apoyo humano, médico, tecnológico y amoroso que comenzaré a necesitar apenas dentro de unos meses a partir de ahora, dentro de 5, 8 o 12 años me va a dejar como una inmóvil, muda, incontinente y marchita momia de lo que alguna vez fui. Mantenido vivo mediante tubos de alimentación y deshechos, respirando y succionando máquinas.

No, gracias. Odio ser un lastre. No creo que me voy a quedar para ver la parte final de Lou.

Creo que es importante decirlo. En este país nos obsesionamos con cómo comer y vestir y beber, con encontrar un trabajo y una pareja. Con  tener sexo y niños. Con cómo vivir. Pero no hablamos de cómo morir. Actuamos como si enfrentar a la muerte no fuera una de las emociones y retos más grandes y absorbentes de la vida. Créanme que lo es. Esto no es sombrío. Pero tenemos que ser capaces de ver a los doctores y las máquinas, a los sistemas médicos y de seguros, a la familia y los amigos y las religiones como quienes nos informan -y no nos gobiernan- para poder ser libres.

Y ese es el punto. Esto no se trata de una enfermedad en particular ni de la muerte. Se trata de la vida, cuando sabes que no queda mucho de ella. Esa es la extraña bendición de Lou. No hay escape, y no hay mucho que hacer. Es liberador.

Comencé a hablar deficientemente y balbucear en Mayo de 2010. Cuando el neurólogo me dió el diagnóstico en Noviembre, el me dió la mano con una sonrisa forzada y me envió al frío y vacío estacionamiento del hospital.

Era el ocaso. El había confirmado lo que yo sospeché durante seis meses de pruebas con otros especialistas que buscaban otras explicaciones. Pero la sospecha y la certeza son dos cosas diferentes. Ahí, de pie, repentinamente entendí que iba a morir. "No estoy preparado para esto", pensé. "No sé si estar parado aquí, meterme al auto, sentarme en él o conducir. ¿A dónde? ¿Por qué?" Aquél sentimiento fúnebre duró como cinco minutos, y entonces recordé que sí tenía un plan. Tenía una cena en Washington esa noche con un viejo amigo, un escritor y erudito que se sentía deprimido. Habíamos platicado sobré él bastante. Muy bien. Esta noche eso cambiaría. Hablaríamos de Lou.

La mañana siguiente me dí cuenta que tenía una forma de vida. Durante 22 años he ido a terapias y a juntas de grupos de apoyo. Me ayudaron con mi alcoholismo y mi homosexualidad. Me enseñaron a estar sobrio y mentalmente sano. Me enseñaron que podía ser yo mismo, pero que la vida no se trataba sólo de mí. Me enseñaron a ser un padre. Y tal vez importantemente, me enseñaron que puedo hacer cualquier cosa, un día a la vez.

Incluso esto.

Estoy ciertamente preparado. Esto no es tan difícil para mi como lo es para otros. No tanto como lo es para Whitney, mi hija de 30 años de edad, y como lo es para mi familia y amigos. Lo sé. Tengo experiencia.


Dudley Clendinen y su hija Whitney, en 2007.


Yo era muy cercano a mi prima, Florencia, quien sufría una enfermedad terminal. Ella quería morir, no esperar. Yo era legalmente responsable de dos tías, Bessie y Carolyn, y de mi madre también, todas ellas habrían muerto de causas naturales años antes si no hubiera sido por la tecnología médica, sistemas bien intencionados y manos cuidadosas y amorosas.

Pasé cientos de días al lado de mi Madre, tomando su mano, tratando de contarle historias chistosas. A ella la bañaban, le ponían pañal, la vestían y la alimentaban, y en sus últimos años me miraba a mí, su único hijo, igual que si estuviera mirando a una nube que pasa.

No quiero esa experiencia para Whitney, ni para nadie que me ame. Prolongar esto sería un desperdicio colosal de amor y dinero.

Si decido que me hagan la traqueotomía que necesitaré en los siguientes meses para evitar ahogarme y tal vez morir de neumonía por aspiración, el respirador y el personal y el sistema de apoyo necesario para mantenerme fácilmente costará medio millón de dólares al año. ¿El medio milón de quién? No lo sé.

Prefiero morir. Respeto los deseos de la gente que quiere vivir tanto como puedan. Pero me gustaría recibir el mismo respeto para aquellos de nosotros que decidimos, racionalmente, no hacerlo. He hecho mi tarea. Tengo un plan. Si me da neumonía, dejaré que me aspire fuera de este mundo. Si no, hay otras maneras. Sólo tengo que actuar mientras mis manos aún funcionan: Una pistola, narcóticos, navajas afiladas, una bolsa de plástico, un auto veloz, medicamentos sin receta, té de oleander, monóxido de carbono, incluso helio. Ese me daría una voz muy graciosa al final.

He encontrado una forma. No es una pistola. Una forma que es callada y tranquila.

Saber esto me conforta. Ya no me preocupan las comidas grasosas. No me preocupa no tener suficiente dinero para envejecer. Ya no voy a envejecer más.

La estoy pasando maravillosamente.

Tengo una hija brillante, hermosa y talentosa que vive cerca, es el don de mi vida. No sé si ella lo apruebe. Pero entiende. Tener que dejarla es la única cosa que odio. Pero todo lo que puedo hacer es darle un papá que fue vital hasta el fin, y que supo cuando irse. Que más? Paso mucho tiempo escribiendo cartas y notas, y grabando conversaciones sobre este momento, al cual llamo "La buena y corta vida" (y la amorosa partida), para WYPR-FM , la principal estación en Baltimore de la Radio Nacional Pública. Quiero quitarle el dolor a esto, hacer que sea más fácil hablar de la muerte. Estoy atrasado en mis notas, pero la gente es increíblemente paciente y agradable. Y me invitan. Tengo invitaciones por todos lados.

El mes pasado un viejo amigo me trajo una grabación del mejor concierto que él ha escuchado, Leonard Cohen, en vivo, en Londres, hace tres años. Esta música poderosa, obsesionante, obra de un poeta, compositor y cantante cuya vida ha sido tan difícil, vigorosa y amorosa como un viejo árbol.

La canción cuya letra y música me cimbró fue Báilame hasta el fin del amor. Así es como me siento en este momento. Estoy bailando, girando, feliz en los últimos ritmos de la vida que amo. Cuando la música pare - cuando no pueda atar mi propia corbata, contar una historia divertida, llevar a caminar a mi perro, hablar con mi hija, besar a alguien especial o escribir líneas como esta - sabré que la Vida ha terminado.

Y será tiempo de irse.




Agosto... y el día que sigue.

Este no es un blog joven. Siete años para un blog es una longevidad para este tipo de "entidad literaria" que seguramente es mas bien la excepción y no la norma.

¿Por qué lo hago? A veces estoy más seguro de mis motivos, a veces no lo sé. Hoy sólo sé que se sigue sintiendo bien, en un nivel interno que me cuesta describir. Mientras así sea continuaré dejando letras, ideas e impulsos aquí.

En estos años un tipo de post recurrente ha sido el "Agosto y todo lo que sigue", que es tan viejo como el mismo blog. Comenzó en 2005, aquí. El año pasado, después de un mes interesante y que concluyó lleno de motivación y esperanza, yo me sentía ansioso, emocionado, por lo que el futuro inmediato traería.

No tenía idea.

Un año después aquí estoy, en medio de circunstancias; algunas han cambiado mucho y eso ha sido muy difícil de vivir, otras no han cambiado nada y también ha sido terriblemente difícil vivirlo.

Así que aquí y ahora, a minutos de que termine Agosto, no puedo ver al futuro de la misma manera que lo hacía hace un año. No encuentro en mí la forma en sentirme optimista, emocionado, por lo que seguirá. No sé si eso sea bueno o malo. Sólo atino a repetirme que ante lo duros que han sido tanto los cambios como los no cambios, lo único que estoy cierto quiero seguir teniendo es oportunidad.

Terminó otra vez Agosto.

Vivamos el día que sigue.

15...

Releyendo 13 y 14 siento que cada vez tengo menos palabras que decir, no sólo a tí sino a todos, de todo. No lo sé. Lo que se que no cambia, por el contrario crece, es mi deseo de ser alguien importante en tu vida y contribuir, como sea, a tu alegría y tu felicidad.

Estoy y estaré siempre orgulloso de tí. De la niña que te ví ser y de la mujer en la que te vas a convertir.

Felicidades hermanita.


Melón de patio.



Este es un melón en un rincón de mi patio.

Nació -Dios sabe como- entre ladrillo viejo, cemento frío y un puñado de tierra olvidada.

Sé que para mucha gente sería sólo eso. Yo no puedo evitar sentir que es algo más.

Es una prueba de que la vida puede darse y continuarse aún rodeado de las más hostiles circunstancias. Prueba que puede encontrarse esperanza aún ahí donde no parece que pudiera existir.

Es un melón.

Es bello, y es ejemplar.




"Para Amy", por Russel Brand.


Cuando amas a alguien que sufre de la enfermedad de la adicción esperas la llamada telefónica.

Habrá una llamada telefónica.

La esperanza sincera es que la llamada será del adicto mismo, para decirte que ya ha sido suficiente, que está listo para detenerse, listo para intentar algo nuevo. Sin embargo, y por supuesto, temes la otra llamada, el triste timbrazo nocturno de un amigo o familiar para decirte que es demasiado tarde, que ella se ha ido.

De manera frustrante no es un llamada que puedas tu hacer, debe ser recibida. Es imposible intervenir. He conocido a Amy Winehouse por años. Cuando la ví por primera vez por Camden ella era sólo una chica tonta en una chaqueta de satín rosa paseándose por los bares con amigos mutuos, la mayoría de los cuales estaban en bandas indie cool o eran desempleados que van por la vida con impotente carisma. Carl Barrat me dijo que "Winehouse" (que era como yo usualmente la llamaba y me gustaba porque es divertido llamar a una chica por su apellido) era una cantante de jazz, lo que me pareció bizarramente anómalo entre aquella multitud. Para mi, con mi limitado conocimiento musical, saber esto puso a Amy más allá de un límite invisible de relevancia; "Cantante de jazz? Debe ser algo excéntrica", pensé. Charlé con ella sin embargo. Ella era, después de todo, una chica, y era dulce y peculiar pero sobre todo vulnerable.

Yo mismo estaba en aquel entonces apenas saliendo de rehabilitación y con ansias buscaba mujeres menos complicadas así que apenas si reflexioné en el ahora muy evidente hecho de que Winehouse y yo compartíamos una aflicción, la enfermedad de la adicción. Todos los adictos, sin importar la sustancia o su estatus social, comparten un síntoma consistente y obvio: realmente no están ahí cuando hablas con ellos. Se comunican contigo a través de un velo ligeramente distinguible pero que no se puede ignorar. Así sea un vagabundo desposeído que te pide unas monedas para comprar una taza de té o un ejecutivo vestido a rayas presumiendo sonoramente su nueva lancha de carreras, existe una aura tóxica que previene que exista una conexión. Tienen ese aire estár en cualquier otra parte, que están viendo a través de tí hacia otro lado en el que quisieran estar. Y por supuesto lo están. La prioridad de cualquier adicto es anestesiar el dolor de vivir para borrar el paso de los días con un poco de alivio comprado.

De vez en cuando me encontraba con Amy. Ella tenía buenos chistes, podíamos charlar un poco y reir. Ella era un "personaje" pero ese mundo estaba plagado de oportunistas drogados.

Entonces ella se volvio tremendamente famosa y me complació ver que era reconocida pero más que nada me desconcertó porque yo no había experimentado su trabajo y estos no eran los años 50's, me pregunté cómo era posible que una "cantante de jazz" hubiera conseguido tal prominencia cultural. No era lo suficientemente curioso como para hacer algo tan extremo como escuchar su música o ir a uno de sus conciertos. Yo mismo me estaba volviendo famoso en ese tiempo y era una experiencia totalmente consumidora. Fue por casualidad que fuí a una presentación de Paul Weller en el Roundhouse y ahí la ví a ella cantando en vivo.

Llegué tarde y mientras me abría camino hacia la audiencia entre vasos y sonrisas de plástico escuché la maravillosa resonancia de la voz de una mujer. Al entrar ví a Amy en el escenario con Weller y su banda, y entonces admiré. La admiración que a uno lo envuelve cuando se está atestiguando a un genio. De su presencia extrañamente delicada emanaba esa voz, una voz que parecía no salir de ella sino de algún lugar más allá de Billie y Ella, de la fuente de la grandeza. Una voz que estaba llena con tal poder y dolor que era al mismo tiempo completamente humana pero enlazada con lo divino. Mis oidos, mi boca, mi corazón y mi mente instantáneamente se abrieron. Winehouse. Winehouse? Winehouse! Aquella bobalicona que era todo delineador y cerveza difuminando a Chalk Farm Road debajo de aquel gran peinado, aquellos labios que yo sólo había visto sujetando un cigarrillo y maldiciendo eran ahora un portal hacia este sonido santo. Ahora me daba cuenta. Ella no era sólo una desesperada wannabe, sólo otra molesta mosca que nunca iba a "hacerla" en la vida, ni tampoco era incluso una cantantilla que disfrutaba sus quince minutos de éxito. Ella era un maldito genio.

Siendo el tonto superficial que soy ahora la veía en una luz diferente, la luz que bajaba del cielo cuando ella cantaba. Eso la hacía resplandecer ahora y comenzó una nueva fase en nuestra amistad. Siendo el tonto superficial que soy ahora la veía en una luz diferente, la luz que bajaba del cielo cuando ella cantaba. Eso la hacía resplandecer ahora y comenzó una nueva fase en nuestra amistad. Ella fue a algunos de mis shows en radio y TV, aún nos encontrábamos por ahí pero ahora le ponía atención con un poco más de interés. En público, sin embargo, cada vez se definió más a Amy por su adicción. Nuestros medios están más interesados en la tragedia que en el talento, así que los ríos de tinta cambiaron de cauce, de alabar su don a relatar su caída: las relaciones personales destructivas, las zapatillas de ballet bañadas en sangre, los shows cancelados. En la percepción pública este chismorreo efímero reemplazó a su talento sin tiempo. Esto y su comportamiento en nuestros encuentros ocasionales me hizo darme cuenta de la gravedad de su condición. La adicción es una enfermedad muy seria; va a terminar en la cárcel, en una institución mental o en la muerte. Yo tenía 27 años cuando a través de la amistad y ayuda de Chip Somers, del centro de tratamiento Focus 12, encontré mi recuperación. A través de Focus fui introducido al grupos de apoyo para alcohólicos y drogadictos que son muy fáciles de encontrar y están abiertos a cualquiera que tenga el deseo de dejar de beber y sin los cuales yo no estaría vivo.

Ahora Amy Winehouse está muerta, como muchos otros a cuyas innecesarias muertes se les ha dado en retrospectiva un tono romántico, a la edad de 27 años. Si esta tragedia era prevenible o no ya es irrelevante. Hoy ya no es prevenible. Hemos perdido ante esta enfermedad a una hermosa y talentosa mujer. No todos los adictos tiene el increíble talento de Amy, o el de Kurt, o el de Jimi, o el de Janis. Algunas personas sólo sufren esta enfermedad. Todo lo que podemos hacer es la forma en que vemos a esta condición, no como un crimen o un sufrimiento romántico sino como a una enfermedad que mata. Tenemos que revisar la forma en que la sociedad trata a los adictos, no como criminales sino como personas enfermas que necesitan ayuda. Necesitamos poner atención a la forma en que nuestro gobierno otorga fondos para la rehabilitación. Es menos costoso rehabilitar a un adicto que enviarlo a prisión, así que la penalización ni siquiera tiene sentido en el aspecto económico. No todos conocemos a alguien con el increíble talento que Amy tuvo pero todos conocemos a borrachos y drogados y ellos necesitan ayuda, y la ayuda está ahí. Todo lo que tienen que hacer es levantar el teléfono y hacer la llamada. O no hacerla.

De cualquier forma... habrá una llamada telefónica.




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Amy Jade Winehouse, 1983-2011

Fotocartón del día



Alguien tiene que decirle a Calderón que combatir la imagen que tiene nuestro país hacia el exterior e inspirar confianza en el turismo extranjero para que nos visite requerirá mucho más que chistes estúpidos.






Soy un hijo de mi madre.

Desde que tengo uso de razón he sabido que yo era el hijo difícil. Uno de dos, primero; uno de tres, después. He escuchado sobre el famoso complejo del hijo "sandwich" toda mi vida. Hice de eventos comunes como ser vestido para prepararme para ir al colegio, ser llevado a que me cortaran el pelo o recibir clases particulares en casa del profesor que las impartía, una ardua batalla, una verdadera lata.

A los cinco años me quitaba la ropa y tenían que volver a vestirme repetidamente. En consecuencia perdía el transporte escolar y llegaba frecuentemente tarde a la escuela. De vez en cuando tenían que prácticamente arrastrarme hacia la peluquería para que mi cabello volviera a tener un largo decente. Cuando me enojaba y me resistía ir a algún lugar pero eventualmente cedía, caminaba en cámara lenta y decía: sí voy, pero voy "a mi paso".

Por supuesto lo anterior se lo hacía a mi madre; habérselo hecho a mi padre hubiera sido inimaginable, un acto de locura. Y yo sólo era un mocoso rebelde, no un mocoso pendejo.

Más importantemente... a mi madre nunca le tuve miedo.

Pero lejos de apreciar eso en su momento, el no encontrar en mi madre una fuente de otra cosa sino amor, y no temor, abusé de ello. Cuestioné, menosprecie, confronté, insulté, herí. Aún más, lo hice durante el sufrido trance que significó para todos el rompimiento de mi familia y la odisea que le siguió.

Fui todo un hijo de mi madre.

El tiempo pasó, y aunque puedo decir que mi relación con ella ha sido muy buena -estoy seguro que mejor que la que tiene mucha gente con sus madres- no estuvo libre de momentos agrestes, de choque, de incomprensión y hasta de resentimiento.

La gente que me conoce sabe del problema de salud que me aqueja desde hace más de cuatro años, y las consecuencias que ha tenido en mi vida. Para nadie ha sido más difícil, después de mí, que para mi madre.

Ha estado conmigo para apoyarme moralmente, económicamente e incluso, hasta donde le fue posible, físicamente. Muchas veces en mitad de la noche mi madre se asomaba a mi habitación para ver si yo estaba bien, o si podía ayudarme en algo.

La última vez que lo hizo fue en la madrugada del 9 de Noviembre del año pasado, poco antes de amanecer. Unas horas más tarde ella fue llevada de emergencia al hospital por una causa que hasta el día de hoy tiene consecuencias que le han cambiado la vida, y a nosotros también, y que sólo Dios sabe si serán temporales o permanentes.

Me resulta terriblemente difícil verla así. Tampoco puedo evitar sentir que ella no es la misma. Su pensamiento está afectado, su mirada a veces se ve perdida, su personalidad es diferente. Sin embargo no todos los cambios han sido para mal. Vernos tan cerca de perderla ha cambiado nuestra dinámica familiar también. Los pleitos estúpidos, las discusiones sin importancia, ya no existen. No pasa un día en que no le digamos que la queremos, y lo escuchemos de ella también.

Dentro de mis muchas limitaciones trato de hacer lo que puedo por ella. Le hablo, trato de hacerla reir, le leo sus oraciones. A veces tomo decisiones y a veces no le gustan. Me lo reclama y me duele pensar que no comprende que no hay nada que yo haga, diga o decida que no sea por su bienestar. A veces me siento culpable...

Pero a veces imagino que esto es lo que llaman amor duro, de la misma naturaleza que el que ella tuvo para mí y mis hermanos cuando niños, el que tiene toda madre que en verdad ama a sus hijos y que hará lo necesario por ellos, lo entiendan o no.

Ahora lo entiendo. Ahora se lo agradezco.

No hay forma en que yo podría ser quien soy si no fuera por mi madre, por su lucha, sus desvelos, sus sacrificios, su amor hacia mí.

Tengo muchos defectos pero también muchas virtudes. Trato de vivir con dignidad, con honor, de servir a los demás, de honrar la educación que recibí de ella, de hacer bien mi trabajo,de ser justo. Trato de ser un buen hombre. Eso fue lo que aprendí de ella.

Soy, indudablemente, todo un hijo de mi madre.

A mucha honra.