Durante 1994, año de las primeras elecciones presidenciales en que me fué posible participar, segui con mucho interés el desarrollo de las campañas. Seis años antes, sin la suficiente edad aún para votar, me atrajo la personalidad de Manuel Clouthier. Supongo que por asociación con Maquío pero principalmente por su impactante participación durante el primer debate presidencial en la historia de nuestro país (cuya legitimidad puede ser cuestionable pero el impacto que generó entre el público en general no), Diego Fernández de Cevallos se convirtió en el candidato de mi preferencia.
A la mañana siguiente algunos medios publicaban la victoria del panista en sondeos de opinión posteriores al debate. Todo mundo hablaba de cómo Fernández de Cevallos podía ganar las elecciones, de cómo aquel momento de la campaña sería el despegue del carismático candidato mientras la campaña del gris y antipático Zedillo se hundiría...
Pocos días después el panista y su equipo inexplicablemente salieron de escena. Argumentando una acción estratégica la campaña del PAN entró en stand-by y la posibilidad de consolidar su candidatura posicionándose como una opción con posibilidades reales de vencer al PRI se esfumó. Fernández de Cevallos había subido como la espuma y como la misma espuma se desinfló. Las hipótesis que explican su mala decisión son bien conocidas. Me convencí que por algún motivo Diego Fernández de Cevallos había colaborado con el régimen y, voluntaria o involuntariamente desaparecido para contrarrestar el "boom" de su popularidad.
El día llegó, y mientras me dirigía a la casilla que me correspondía, a una calle de distancia de mi casa, todavía intentaba decidir que haría con mi voto. Pensé en varias posibilidades. De ninguna manera iba a votar por Ernesto Zedillo, primero muerto que votar por el PRI en una presidencial, y me había decepcionado de Diego. Esa fue mi primera decepción política.
De los que sobraban, Cecilia Soto (PT), Rafael Aguilar Talamantes (PFCRN) y Jorge González Torres (PVEM) me parecían comparsas de mala calidad (particularmente el bufón de RAT). Sobre el venerable Pablo Emilio Madero (PDM) no tengo nada negativo que decir, me parecía un buen hombre, pero tan limitado en sus posibilidades reales de si quiera conservar el registro que no pude convencerme de darle mi voto (y efectivamente perdería su partido el registro al quedar en último lugar de la contienda).
Incluso pensé en votar por Marcos (si, el "Sub"), como acto simbólico de protesta. No es broma, realmente lo consideré.
Aquella mañana de un 21 de agosto el día estaba hermoso, soleado, y se escuchaba la algarabía de los pájaros, muchos pájaros. Entré a la casa en que se instaló la casilla. Me presenté a la mesa, entregué mi credencial de elector que apenas había tramitado meses antes y tomé mis boletas. Las contemplé, y supe lo que tenía que hacer. Creo que siempre lo hice. Supe que independientemente de la simpatía o afinidad que me despertara tal o cual candidato yo tenía dos deberes: uno, hacer lo posible, no sólo aquel día sino a partír de él, en adelante, por contribuir a terminar con tantos y tantos años de abusos y excesos del PRI-gobierno y dos, favorecer la congruencia, la integridad, o lo mas parecido a ella que sea capaz de desplegar un político.. y elegir al menos malo para la nación.
Voté por Cuauhtémoc.
Salí de la casilla, mirándome el pulgar totalmente manchado por la tinta indeleble (que por cierto olía a rayos y centellas, y si, ya sé, quién me manda a andar olíéndolo). Era casi mediodía y llegaba más gente. Subí al auto, y mirando todavía la escena tuve diferentes sensaciones: Orgullo, por finalmente participar de la vida democrática de mi país; ansiedad, por estar a unas horas de conocer los resultados, anhelando el momento de la derrota del PRI aunque sabía que muy probablemente no se daría aquel día (y no se dio) pero algo me decía que el tiempo de aquel monopolio estaba contado.
Finalmente, mientras nos alejábamos, sentí algo más: incertidumbre. Intuí que aquel conflicto interno que acababa de experimentar sería algo que me acompañaría a partir de entonces. Temí que aquellos deberes cívicos que identificaba no irían siempre en la misma dirección y deseé sentirme libre de eso que hace unos días Ricardo Rocha llamó nuestra "condena a practicar la pepena electoral".
Aún lo deseo. No sé si algun día lo podre sentir, pero mientras tanto sé algunas cosas: que hay que seguir votando, que la tarea no termina con la manifestación de nuestra voluntad, con la emisión de nuestro voto, que su orientación tiene por lo menos dos aspectos, la colectiva (lo que es bueno para todos) y la individual(lo que es bueno para mi), en ese orden.
Es así como he vivido mi vida como ciudadano elector. A 15 años de distancia reconozco que me ha dado pocas satisfacciones, tal vez sólo una... pero también cero arrepentimientos.
Enlaces de interés:
La Oposición y las Elecciones Presidenciales de 1994 en México. Jorge Regalado, 103 páginas, PDF.
1 lectores opinan...:
Me gusto la manera en que abordaste tu primera vez que fuiste a votar, en definitiva tenias pocas opciones de elegir.
Cualquiera menos el pri.
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