En memoria de Don Gustavo Luna.

Era yo muy joven cuando conocí a Don Gustavo. Tenía apenas 17 años. Fue una mañana de enero de 1991. Un poco más de cuatro meses antes había conocido a su hijo, Tavo, cuando inició el año escolar en la prepa. No me tomó mucho tiempo darme cuenta que Tavo era un gran tipo, amable, simpático, sencillo, sin rastro de malicia... y hasta un poco ingenuo (no te enojes Moonve) pero tremendamente divertido y con gran disposición para ayudar. Ese día nos reunimos, ya no recuerdo, tal vez seis o siete de nosotros, compañeros de la escuela, para estudiar juntos con miras hacia el exámen semestral de geometría plana y trigonometría que presentaríamos un par de días después.

No recuerdo que tan bien o mal me fue en el exámen. Mi desempeño académico en aquella clase seguramente no cambio mucho como consecuencia de pasar 7, 8 horas estudiando con Tavo y los demás aquel día. Recuerdo que no fue lo único que hicimos. Era fin de semana de playoffs de la NFL y a ratos mirábamos como los Bills asesinaban a los Raiders (creo que acabaron 53 a 6 o algo por el estilo). Cuando terminó el día acabamos, los que aún quedábamos, aplastados en el enorme sofá que abarcaba dos costados de la sala de la casa, comiendo papitas y mirando la lucha libre en la tele.

Lo que si cambió para siempre y para bien fue mi vida.

Durante el segundo semestre del ciclo, de Enero a Junio de 1991, Tavo y yo nos hicimos más amigos, y mis visitas a Pino 101 se hicieron cosa frecuente. A veces llegaba por la cochera, en la parte de atrás, entraba por la puerta de la cocina y veía a Don Gustavo sentado en la pieza contigua, el desayunador, leyendo el periódico u organizando un monton de papeles, notas, recibos y demás. Que puedo decir? Sentía el afecto y su alegría de verme cuando volteaba a mirarme y exclamaba: "Tú??? Otra vez??? Pero que habré hecho Dios mío.." Yo sólo sonreía de oreja a oreja, me acercaba a darle un abrazo y le decía "No disimule Señor, si está feliz de verme". Alguna vez me respondía: "No, de verdad que no" con su cara de resignación.

Así pasaron los meses, y los años. Juntos pasamos ratos geniales. Que puedo decir? La casa de los Luna era muy divertida. Era Don Gustavo, los muchachos, y los agregados culturales que cada uno de ellos llevaba a casa, entre ellos yo. Era como un Club de Toby. Teníamos tantas bromas personales, rituales y humor involuntario. Sé que a veces hubo momentos en que era fácil para uno, adolescente, olvidar que todavía se trataba de un hogar, de una familia y no de una versión región 4 de La Risa en Vacaciones o El Ataque de los Nerds. Muchas veces Don Gustavo me regaño, merecidamente, porque aunque fuera sin intencion cruzaba líneas que no debía cruzar. Sin embargo no pasó mucho tiempo, y no se cómo lo hice, para saber que me había ganado un lugar en su corazón cómo él en el mío, uno de amigos de verdad.

Dicen que en la cama y en la cárcel se conoce a los amigos. Bueno, nunca he estado en prisión, pero... a finales de 1994, y sin exagerar, estuve a punto de morir. Toda la experiencia fue difícil y larga, 59 días de larga. Son muchos los recuerdos malos de aquellos días y pocos los buenos. Uno de los mejores se lo debo a Don Gustavo. El horario de visitas en el hospital era breve y restringido. En cualquier momento solo se permitian dos visitantes por paciente, y para que entrara uno nuevo debía salir otro y darle un pase de visita, y no es que yo tuviera muchas ganas de socializar en esos momentos, pero recibir una sonrisa, palabras de afecto, que son verdaderamente sentidas y no clichés, reconforta el espíritu. Una tarde en particular tocaron a la puerta de mi habitación. "Se puede?" preguntó aquella voz rasposa. La reconocí de inmediato y no había terminado de decir que "sí, adelante" cuando ví que se trataba de Don Gustavo... vestido de doctor. Que puedo decir? Que me he reído hasta más no poder, y encima me llevaba una caja de chocolates. "No ve señor que estoy pariendo cálculos biliares" le dije. "No te preocupes Pepe, ahorita igual nos los acabámos a tu salud y tú nos miras". Vaya ocurrencia. No tengo idea de dónde saco la bata, pero me causó tal alegría que se lo agradecí, y aún lo hago... como tantas otras cosas.

El día 31 de Enero de 1995 fui dado de alta, por ahí de las 3 de la tarde. No volví a casa en ambulancia, ni en el vehículo de mi familia y menos en taxi. Don Gustavo y Tavo estaban ahí por mi, y volvimos en su automóvil.

Lo que he intentado hasta ahora, con estas palabras, es darles una idea de la bondad de este hombre a quien yo considero uno de los ejemplos mas grandes en mi vida. Yo no tengo que decirle a sus hijos lo mucho que los amó, ni imaginármelo, yo lo ví. Viudo a joven edad por voluntad de Dios, con tres hijos, el más pequeño recién nacido, pero nunca sólo. Con el apoyo de su madre durante algún tiempo hasta que también fue su hora de partir, y desde ahi hacia adelante Don Gustavo y sus hijos, Tavo, Juan y Miguel, en quienes todos los días veía, según él mismo me lo dijo una vez, a su amada esposa Ruth. Eso seguramente hizo, entre otras cosas, que él viviera toda su vida enamorado de su señora, quien tantos años antes se le adelantó.



Don Gustavo Luna fue un hombre bueno, un padre amoroso y devoto, un amigo entrañable, un hombre de fé, decente como el que más, que entregó al mundo a tres hombres hechos y derechos, y que ayudó a moldear a algunos mas que ni tenían por que tocarle. Fue, en sus propias palabras, bendecido con una vida muy feliz. Tuvo la dicha de ser abuelo y de vivir hasta el final muy cerca de su familia.

No sé que más decir. Sólo se me ocurren dos cosas mas.

Gustavo: Lo siento tanto Tavo. Tu pérdida, la de toda la familia, y no poder estar ahí, contigo, como hubiera deseado. Sé que estarás bien, porque todas las cualidades que recién mencioné las tienes tu también. Recibiste el mejor de los ejemplos y estas hecho de la mejor de las maderas. Un día,hace muchos años, por motivos mucho mas felices te escribí en una tarjeta de cumpleaños "Soy cabello al viento. Puedes ver que soy tu amigo? Puedes ver que siempre seré tu amigo?". Hoy te lo repito.


Don Gustavo: Gracias por todo Señor. Por abrirme las puertas de su casa y de su corazón. Por dormir bajo su techo y comer en su mesa, compartiendo su pan... y su aguita de sabores, de esa que es muy rica. Por enojarse conmigo y también por reír conmigo, por el gusto mutuo de vernos, y no sólo en los días en que había pastel de la tía Mirtala en casa, sino todas y cada una de las veces que lo hicimos. Gracias por el cariño, gracias por darme a mi mejor amigo pero muy especialmente gracias por haber sido, sin saberlo, el mejor segundo padre que pude yo tener en los momentos en que más necesité de uno.

Acá lo extrañaremos terriblemente, pero usted no se preocupe. Tiene mucho que contarle a Doña Ruth... así que de aquí hasta el cielo el mas fuerte de los abrazos, y el compromiso de un hasta luego.


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